HAY QUE SEGUIR ANDANDO NOMÁS
(A la memoria de José Abbas)
En un vestuario cualquiera, de un equipo cualquiera, que logró un ascenso...
Ya todo había terminado,
el árbitro había sonado su silbato.
La gente había invadido el campo de juego
y se había llevado como souvenirs los pantalones y las camisetas de los jugadores.
En el vestuario, el vapor de las duchas se mezclaba con el olor a hormonas masculinas y a transpiración fermentada.
La cumbia a todo lo que da del vestuario se mezclaba con las palmadas y los cantos de los jugadores, unos en cuero y otros en calzoncillos, que hacían temblar las paredes...
Se paseaban los dirigentes, sonriendo y felicitando con una nota falsa como una sonrisa del Tío Rico.
En un rincón, sentado en una banqueta, ajeno a todo
estaba el director técnico...
Segramente pensaba todo lo que debió pasar antes de lograr este ascenso:
las traiciones,
las falsedades,
los vituperios de hinchas y prensa,
los aplausos,
los altibajos...
y allí estaba, seguramente saboreando por dentro ese logro tan esperado.
De pronto, un enjambre de periodistas con micrófonos y celulares empezó a invadirlo y a bombardearlo con preguntas:
- ¿Vendrán refuerzos?
- ¿Se irán jugadores?
- ¿Hablará con la comisión?
- ¿Se quedará?
- ¿Se irá?
- ¿Qué será de su futuro?
- ¿Seguirá el mismo plantel?
El técnico, hizo una pausa infinita, suspiró y dijo con su voz cavernosa y profunda:
- Y... hay que seguir andando nomás...
(Nota: en realidad la frase final no es propia del ambiente del fútbol, fue una frase de Enrique Angelelli, obispo argentino en momentos difíciles y asesinado durante la dictadura).
José Galoppo
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