EL GORDO CARMELO
(por Norberto Chab)
La
historia del fútbol es un poco injusta con el Gordo Carmelo. Había irrumpido en
los sesenta como un pionero en técnicas de marketing infrecuentes en esos años:
era histriónico y locuaz; elegía a qué periodistas darles determinada
información; tenía fama de sacapartidos y de tribunero; conocía las noches y
las sobremesas, los vestuarios y los botiquines, los jugadores contrarios y los
dirigentes tramposos.
En
una palabra, era el candidato ideal para cada equipo chico que estaba flojo de
puntos cuando llegaba la segunda mitad del campeonato y acechaba el descenso. Porque
el Gordo Carmelo era un milagrero: los caídos en desgracia juraban que equipo
que tocaba, equipo que conservaba la categoría.
Él
se ufanaba de una estadística hecha a su medida que aseguraba que jamás había
conocido la afrenta de un descenso. Más aún: en menos de quince años se dio el
lujo de salir campeón y ascender a primera división a tres equipos chicos
diferentes. Fueron Deportivo Español, Ferro y Unión de Santa Fe. Ahí están los
números que no me dejan mentir. Durante ese lapso dirigió no menos de diez
equipos diferentes que requerían sus servicios cada vez que las papas quemaban.
Él se ponía la presión al hombro, sobrellevaba las puteadas de los hinchas
rivales, les daba una buena inyección motivadora a los suyos y con esa siembra
se dedicaba después a cosechar puntos.
Pero
a él no le cambió nada. Siguió siendo el mismo Gordo Carmelo pintoresco,
campechano y entrañable. El que tenía un puesto de verduras en el Abasto
(después sería el Mercado Central), un Alfa Romeo rojo y una esposa rubia,
bellísima y delgada, varios años menor que él. El que solía decir que la vida
le había concedido el don de multiplicar los panes y los peces: “todos
los días salgo de casa con diez mil pesos en el bolsillo y vuelvo con once mil”,
comentaba, como modelo del self made man de rioba que había
cursado su maestría en la Universidad de la Calle.
Pero
así era el Gordo Carmelo, impune y enigmático, un chico grande e inseguro,
apasionado por el fútbol, cultor de las sobremesas interminables y de los
partidos del ascenso, defensor de los jugadores sin nombre y de los equipos sin
gloria.
La historia del fútbol, que nunca lo reivindicó, perdió a uno de sus personajes más queribles, aunque cargara el sobrepeso de ser un DT cultor de una corriente que era conocida como antifútbol. Mentiras: era un hombre minucioso, que estudiaba rivales, que se ocupaba de los aspectos reglamentarios, que buscaba disciplina y orden. Un hombre sabio. Porque el Gordo Carmelo sabía mucho. Pero de esa sabiduría que no está en los libros.
José Galoppo
Nota: Las fotos fueron obtenidas de Google.
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