El
proyecto consistió en la exposición de láminas y de una maqueta a escala del
Monumental de Villa Lynch, y de un cortometraje basado en un cuento del amigo
escritor Eduardo Quintana. Agradecemos, además de Eduardo Quintana, a Alfredo
Armiento y a la comisión de Prensa de la UAI Urquiza, encabezada por Romina
Sacher y Adrián Komerovsky, por todo el apoyo que nos dieron. Aquí les doy un
fragmento del cuento en que se basó el corto.
EN
EL FURGÓN
(Eduardo Quintana)
Desde
muy niño, cuando lo consultaban por un sueño, Sebastián no dudaba: Quería
recorrer el país a bordo de un furgón de madera color naranja de un tren
carguero. Un sueño simple, pero a la vez muy difícil de concretar. Sin embargo,
de niño vivía en casa de sus padres en el barrio de Villa Urquiza, más
precisamente en Cullen y Pacheco, a metros de la vía del Ferrocarril General
Urquiza. Allí se ponía todas las tardes a ver pasar el carguero, que tardaba
varios minutos en su marcha hacia el norte de la Mesopotamia. Cuando llegaba el
final, venía lo esperado, el furgón de madera con el balcón donde se ubicaba el
guarda y la bandera con la que señalaba cualquier anomalía al motorman.
De
tanto ver pasar el tren hizo que un determinado día, el guarda lo salude
alzando su mano, dando comienzo a un intercambio de gestos, en cada ocasión que
el carguero pasaba por delante del pequeño Sebastián. El niño concurría al
colegio primario y era moneda común en sus composiciones contar su sueño, que a
medida que crecía, se acentuaba más. Un día llegó al lugar y encontró al tren
detenido, caminó paralelo a la vía casi veinte vagones hasta llegar al furgón
de cola. Se tomó de la baranda, subió la escalerita y logró subir al balcón.
El guarda no estaba y la puerta se encontraba cerrada con llave. Sebastián, por su altura, no llegaba a la ventanilla y sus esfuerzos denodados por intentar ver el interior del furgón, lo hicieron no darse cuenta que la formación había comenzado a moverse. Cuando tomó conciencia y quiso bajar, en ese mismo instante y con el tren en movimiento, subió al vagón el guarda. Sebastián se asustó, pero el hombre intentó serenarlo. Enseguida se dio cuenta quien era el niño, aquel que saludaba cada vez que el tren carguero pasaba por la Estación Villa Urquiza, barrio donde vivía e iba a la escuela el pequeño Sebastián. El guarda se presentó como Fortunato Reyes, estrechándole la pequeña mano al niño.
Don Fortunato era hincha furioso de Ferrocarril Urquiza, un emblemático club de Villa Lynch, a quien seguía desde su fundación. Cada sábado, se las arreglaba para estar presente en las difíciles canchas del ascenso profundo, en solitarios viajes o con sus amigos en el “Monumental de Villa Lynch”. Sebastián, que era un niño inquieto, escuchaba al anciano callado y tranquilo. Cada anécdota, cada historia de vida, narrada con su voz cálida y grave, provocaba sensaciones diversas. La más significativa era la que llegaba al corazón de Sebastián. La previa, el asado y la sobremesa fueron inolvidables, se mezclaban historias del “Furgonero”, apodo que se le daba a los hinchas de Urquiza y las narraciones ferroviarias del viejo, quien podría definirse como una enciclopedia viva y que podía nombrar el once inicial de Urquiza en la década del ‘50 y las estaciones desde Lacroze hasta Mburucuyá.
El
niño se había contagiado de esa enfermedad incurable que es la pasión por los
colores y encima no era aquel River con el que se identificaba la familia, era
por el humilde Ferrocarril Urquiza, con todas las idas y vueltas propias del
fútbol humilde. Esas que indicaban que jugando en la divisional amateur del
fútbol de AFA y saliendo último, el club quedaba automáticamente desafiliado
por un año.
Hubo
largas charlas, enseñanzas mutuas a diario y compañía, tanto en la vida como en
el fútbol. La platea en el “Estadio Carmelo Santoro” fue albergue para cada
partido de local y hasta que Don Fortunato enfermó, el Peugeot 504 de
Sebastián, el móvil que utilizaban para seguirlo en el derrotero por las
difíciles canchas de ascenso. Fue casi hasta el final, casi hasta el último día
de su vida; porque hasta enfermo cumplía con el ritual.
Como
contaría toda su vida Sebastián, fue testigo que murió feliz; ya que casi sin
fuerzas una tarde lluviosa de jueves, pidió que lo lleve a ver al Furgón a la
cancha de Atlanta y fue la última vez. Esa misma noche, con la vieja casaca
celeste y blanca puesta, pasaba a ser eterno en el corazón del joven San
Esteban y de todos los que lo rodeaban con cariño familiar. Sebastián siguió
viviendo en Villa Lynch, siguió yendo a ver a Urquiza y consiguió legar aquel
puesto de guarda de trenes cargueros del Ferrocarril, con el que una y otra vez
pasó por la aquel sitio entre Villa Urquiza y Villa Pueyrredón donde de niño
saludaba al viejo guarda. Una historia, mil emociones y esa semblanza del amor
de esos hinchas que nacieron y murieron con la camiseta del Club Deportivo
Social y Cultural Ferrocarril Urquiza en su corazón, los colores eternos de “El
Furgón de Villa Lynch”.
José Galoppo
Nota: Las fotos fueron obtenidas de Google y otra enviada por José Galoppo.
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